Ayer
fue una gota más del vaso que no parece que se vaya a colmar nunca. Después del
partido que disputó España ante Francia, Gerard Piqué hizo unas declaraciones,
que, a mi parecer, no venían a cuento de nada.
El
jugador del FC Barcelona volvió a
criticar al club blanco: “Del Madrid no me gusta los valores que transmite, a los
jugadores los aprecio muchísimo y muchos son amigos. A mí el tema del Madrid lo
que no me gusta es ver en el palco las personalidades que hay y cómo mueven los
hilos de este país. La persona que imputó a Messi y Neymar y casualmente tiene
un trato diferente con Cristiano está en el palco al lado de Florentino”.
A
estas declaraciones (entre muchas otras cosas que comentó del club), intentó
quitarle hierro Sergio Ramos, que también aparece con regularidad en el pique interno
Barça-Madrid, “Lo que diga
Piqué no cambia los valores de nuestro club, ni la historia ni los títulos”, y zanjó el tema diciendo que “forman parte del personaje de Piqué. Con 30 palos que tiene no lo
vamos a cambiar".
A
mí, personalmente me parece bien que Piqué, si tiene algún indicio de las
acusaciones que ha hecho, lo denuncie o lo diga, ya que para eso tenemos libertad
de expresión. Sin embargo, lo que no me parece propio es que ataque al club
madridista por atacar. Sus incendiarias declaraciones y su afán por criticar al
eterno rival empiezan a cansar. Ayer jugó la selección española, el equipo de
todo el país, inclusive el suyo, el equipo que él defiende y del que viste su
camiseta. Creo que era un día para hablar del partido de España, no del palco
del Bernabéu, porque, no sé si lo sabrá, pero la Roja tiene aficionados de
otros muchos equipos, no de los dos de siempre.
Su obsesión por el Madrid empieza a aburrir, y cuando ni Sergio Ramos le
da bola ya…
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